jueves, 15 de septiembre de 2011
miércoles, 24 de agosto de 2011
domingo, 14 de noviembre de 2010
Huelo a ella y no está conmigo, o quizás huelo a los dos.
Huelo a esos momentos en los que me olvido de mi, huelo a dos en uno.
Huelo a lo que huele y no huelo yo, quizás huelo al aliento de la mañana.
Huelo a ella y huelo a falta, huelo incompleto.
Huelo a ella y a sus lagrimas.
Huelo y no huelo a una noche en su cama.
jueves, 23 de septiembre de 2010
martes, 27 de julio de 2010
SEPARADOR
Alguna vez me regaló un separador que me pareció feo, como esas cosas feas que solían gustarle a ella y que la mayoría de veces se caracterizaban por tener un toque infantil o algo romántico. Miré el separador y me pareció similar a una invitación de primera comunión o a una tarjeta de esas pequeñas que se pegan en el papel regalo. Leí la inscripción y agradecí esforzándome por hacerle ver que mi gesto era autentico y que me había encantado su pequeño detalle. Lo más seguro es que después de eso hayamos tomado té o cocinado algo para después encerrarnos en el cuarto del que solía adueñarme por unas horas mientras los otros estudiantes extranjeros pensaban que ya iban por su tercer o cuarto mes de abstinencia y adentro de ese cuarto estaba yo, un perdedor con suerte que se daba el lujo varias veces por semana de estar encima de una Argentina bonita, amable y complaciente a la que ellos también habrían podido conquistar. Al menos eso hubiera pensado yo si hubiera estado en su lugar.
Un par de años después, intento terminar “El retrato de Dorian Gray” sentado en el balcón de mi apartamento en Palermo Soho, con un sol muy fuerte en la cara y una creciente angustia de tarde de domingo en la que debería estar escribiendo el guión de un corto y no leyendo un libro que me aporte a la escritura de un largo. Siempre tratando de saltar pasos.
Como una forma de escapar de esta historia, me voy al cajón donde están mis libros y empiezo a escarbar, me veo tentado a releer algunos viejos y a retomar esos que no se han dejado leer, abro uno y me encuentro con el separador feo, llevo el libro al balcón y lo abro justo donde está el separador, lo leo : “lo esencial es invisible a los ojos”, recuerdo el principito y no entiendo por que en aquel momento menosprecié tanto el separador, es muy extraño e incoherente dado que en esa época me ponía una camiseta de una boa que se había tragado un elefante. Pienso que tengo una buena novia, que me quiere mucho y que a pesar de ser un poco inestable vale la pena, tal vez no está tan loca, tal vez no me quiere amarrar. Me levanto, la llamo y le digo que venga a comer helado,(ya sé lo que va a pasar) a ver una película y a hacer el amor hasta que cierren el restaurante chino, ella se vaya y yo me quede cansado, con hambre y con una hoja en blanco.
Tal vez mi desinterés contribuyo al suyo, tal vez en determinado momento decidió poner la personalidad, los detalles y todas las cosas que había idealizado en ese hombrecito gris. Que mas podía pedir, había conseguido una especie de androide en blanco (en realidad para ella era gris pero tenia una gran capacidad para imaginar cosas) en el que podía poner los atributos que quisiera, incluso una serie de defectos que pondría inconscientemente como resultado de su infancia, sus traumas y la relación con su familia.
Lo que pasó ese día fue muy diferente a lo que había pensado. Efectivamente, la llamé y le dije que era una linda tarde, que quería verla y comer un helado. Ella me dijo que tenia una entrega en dos semanas y que estaba muy atrasada, que prefería quedarse trabajando, entonces me bañé en busca de ideas, de sensaciones e ideas que alimentaran mi guión aun sin empezar.
El baño no funcionó mucho, por lo menos no para escribir. Me puse la camiseta azul que tanto me gustaba a pesar de ser la mas vieja y rota que tenía y salí de nuevo al balcón a pensar otra estrategia para huir del guión, me acordé de las tardes de domingo bogotanas y la forma en que terminaban tan tranquilamente con un café, una buena charla y varios cigarrillos, entonces pensé en llamar a la loca (que todavía no era loca, no psicológicamente hablando) y decirle que nos tomáramos un café o que me invitara a su casa a tomar té, después recordé que la loca estaba ocupada y me quedé ahí viendo el atardecer.
Al otro día no había guión. La loca finalmente se había convertido en loca y mi idea de domingo tranquilo se había convertido en un recorrido por la locura, el pánico y la ciudad. Al abrir los ojos recuerdo que tenemos que ir a buscar la cura para la locura.